2.15.2008

Una noche en la sala de espera

I
Sala de espera / Incertidumbre

Quizás su mirada me anunciaba… No sé. Quizás eran mis propias incertidumbres que viajaban en mí confundiendo cada partícula de la realidad… No sé. Quizás ella nunca imaginó que lo único que pasaba por mi cabeza era besarla mientras ella me seguía hablando de tal y cual cosa… No sé. Lo cierto era que con cada palabra me perdía infantilmente entre sus labios asintiendo con la cabeza lo que ella dijese. ¿Podría quizás leer mis pensamientos?... Lo dudo, pero también cierta parte de mí apunta a la certeza de cierto conocimiento recíproco de lo que metafísicamente estaba aconteciendo… No sé.

Ahora me perdía entre las calles mojadas de una noche solitaria, un solo de jazz recuerdo tatareando mientras busco en alguno de mis bolsillos alguna moneda para el alcohol que hace falta para aclarar mis pensamientos o al menos algún vicio que me desate un momento de mis discusiones internas. Sin duda sería lo mejor… Al menos eso pienso por ahora.

“Te amo”, recuerdo su cuerpo sudoroso, su respiración agitada, los besos lanzados al azar, la onda expansiva de un olor a sexo en la habitación… “Te amo” me susurraba al oído entre palabras cortadas… “Te amo”. Un mutuo deseo se expandía caóticamente entre nuestros cuerpos… “Quisiera detener el tiempo” pensé.

El tiempo se detuvo… nos enredamos, éramos dos cuerpos llenos de calor unidos por estelas de fuego.

Me senté en una mesa vacía al fondo del local… Una cerveza figuraba vacía en la mesa, el humo de los cigarros cubría el cielo, justo al otro costado del fondo se instaló una banda de jazz que quizás improvisarían sobre alguna composición de Coltrane, Miles o Dizzy, mis favoritos, pensé… Ojalá.

Prendí un cigarro, noté ligeramente acercarse una silueta femenina y al estar frente a mí, entre sus labios, soltó la pregunta. Aquella pregunta que cualquier ser humano anhela escuchar… “¿Qué desea?”.

¿Qué deseo?... Tan sólo escuchar esa palabra se me venía a la mente su rostro, su cuerpo desnudo, su sexo, su ira, su deseo… ¿Qué divide el deseo carnal del cándido cariño? ¿Cuál es el límite entre ambos? ¿Cuáles serán sus acuerdos fronterizos?... No sé. Tan sólo deseo ser un buen pecador viajando entre los vaivenes de su cuerpo… ¿Al infierno?... Quizás, no me atormenta la idea.

“Un schop, por favor”… “Enseguida se lo traigo” dijo amablemente con una sonrisa entre sus labios. Al rato volvió aquella silueta femenina… “Aquí tiene”… “Gracias” le dije, mirándola a sus ojos oscuros, mientras el cigarro se consumía en el cenicero.

Llevé el cigarro a mis labios… Allí contemplando su fugaz consumo. Mientras el trío de jazz se dedicaba a trazar los acordes de una bohemia versión de “Afro Blue” en bossa.

En algún momento volvería… Ya escuchaba sus pasos, sentía su calor emanado de su existencia envolviendo mi realidad, un imán abusando de su campo magnético atrayendo mi esencia externa a su rango de atracción. Juntos comprobamos la subjetividad del tiempo… Entre las sábanas los minutos se convierten en horas, los segundos en minutos, la relatividad temporal nos otorga plena libertad para amarnos una y otra vez negando descanso alguno para el deseo.

Caminando por entre las mesas me trajo la cuenta, retiraba el schop vacío y el cenicero… “Gracias”… Dejé una propina… “Gracias a usted” sonrió… Aún así no me podría marchar sin averiguar su nombre… “Magdalena” dijo dando una generosa sonrisa que soltó entre sus rojos labios.
Poseía un misterioso atractivo, unos ojos claros que hacían contraste con un pelo oscuro que descendía hasta sus hombros, sin curvas en demasía, con un rostro de niña cándida pero colmada de un aire enigmático… “Magdalena” volvía a escuchar su dulce voz en mi memoria.

Me dirigí hacia la salida, prendí un cigarro y en la soledad silente de la noche urbana comencé a trazar camino. Ya escuchaba sus pasos…


II
La expansión caótica del deseo

“El alma llena de ansiedad, el anhelo de hartarme de tu tierno cielo íntimo, la sed de mis manos esperando impacientes tocar tu cuerpo, el placer de trazar la vía láctea en tu sexo… Quiero que frente a mí tus piernas se abran, me dejen entrar en tu paraíso con mi lengua, mis labios se entraban con los tuyos creando la cúspide del disfrute en ti… Y cuando estés en la cumbre del volcán podríamos hacer estallar el “Big Bang” nuevamente...”

Estaba desnuda sobre las sábanas esperando mi llegada… Al oírme entrar en la habitación despertó una sonrisa entre sueños de voraces intenciones, sus dos corazones un inevitable paraje turístico para mis ojos… “Te quiero dentro de mí” exclamó. Me enredan sus brazos mi espalda… Paseando desenfrenadas manos femeninas… Entrecortados respiros secretos… Aquella voraz sonrisa que suelta su boca… Su boca buscando la mía para sentir las vivas lenguas desinhibidas contactándose… Causaba su cálida desnudez el rebelde alzamiento de mi virilidad.

“Nos enredamos en las sábanas… El tiempo se detuvo… Las manecillas del reloj no volvieron a avanzar. El tiempo nos guardó un tiempo distinto reservado para nosotros dos... Aquellas manecillas estáticas que nos observaban desde el reloj que no temía al envejecimiento físico... El tiempo cómplice de nuestro encuentro de almas incandescentes.”

Viajaba por entre inmensas lagunas olvidadas del placer humano… “Tu rostro, orgasmo tras orgasmo, evidenciando el goce pleno de los cuerpos”… “Te amo”.

“Nuestros cuerpos se agitan cada vez más, más y más... Y, en mi oído, tus respiros se hacen cada vez más fuertes... El tiempo nos espera mientras sudamos y no nos damos tregua alguna... ¿Tú cuerpo? ¿Mi cuerpo? ¿Dónde está el límite que nos divide? ¿Existe acaso?... Una sola cúpula de calor se expande mientras los cuerpos se unen... Cada vez más juntos...”

“Esta noche hemos estrenado miles de pecados nuevos que se esparcen por la habitación... Desterramos la puta culpa religiosa... Y nuevamente comenzamos en el verdadero cielo...”

“Dios no existe... Lo comprobé al amarte... Juntos no puede existir ser superior...”

III
El descenso de Orfeo

Apago su recuerdo… Allí quedó Ella tendida entre mis memorias... Magdalena.

Desde aquella noche – hace 2 años - sabía que la volvería a ver… Algo en su mirada me anunció algo aquella vez. Nos reímos, gozamos, nos amamos, nos deseamos, nos enfadamos… Lloramos y volvimos a reír. El recuerdo oculta tantos olvidos… Esperando… Allí, en la espera, afloran sus recuerdos, imágenes caóticas sin orden cronológico ni lógico… Y, desafiando toda estructura, aquel “Te amo”… Dulce voz que colma mi existir.

Y, entre el largo camino, lloramos… Pero aquella noche no volvimos a reír… Magdalena se escapó de mis brazos… Cayó… Remota bala perdida en el tiempo… Cayó… Se marchó entre las calles de la inconciencia… Cayó.

Apago su recuerdo… Cada día gris guardo las esperanzas en aquella sala de espera… Escucho mi nombre… Ese viaje, interminable condena, por el pasillo… Entro en la pieza. Y allí está tendida Ella sin palabras… con los ojos cerrados contemplando la blanca habitación.